En este 8 de marzo , 2025
Por : Myrna Pastrana

Al finalizar una fiesta familiar, de esas en las que cada año se reúnen los parientes que llevan un mismo apellido, el anfitrión obsequió como recuerdo a los invitados, una taza para tomar café, singular porque en su entorno, están impresas las fotografías de los antepasados más recientes a manera de árbol genealógico.
Tomada desde su aza, se aprecia la foto del tatarabuelo con un grande y espeso bigote, y en orden de edad, las de sus seis hijos.
Todo hubiera sido perfecto, de no ser porque una de las bisnietas –historiadora acuciosa- observó la falta de alguien tan importante como el que encabeza la galería de fotos, se trata nada más y nada menos que la imagen de la tatarabuela.

Increíble, pero la tatarabuela no fue invitada a formar parte del clan porque no aparece ni siquiera de nombre y como lo que no se nombra no existe, fue entonces que le preguntó al pariente más próximo:
¿Sabes cómo se llamó? Después de un momento de titubeo, contestó: María.
—No, reviró la bisnieta. Se llamó Josefa, Josefa López.
La anécdota viene a cuento porque es común hablar bien y muy bien, de los antepasados varones, de sus ocupaciones, y la descendencia se llena de orgullo al decir que fue médico, licenciado, profesor, herrero, talabartero u hombre industrioso en el campo y está bien que se tenga en cuenta, pero ¿qué sabemos de la vida de las abuelas que todos conocimos? Mucho ¿y de las bisabuelas? Un poco menos que de las abuelas. ¿Y de las tatarabuelas? Casi nada o de plano, nada.
A manera de ensayo, pensemos en que estas mujeres tuvieron gustos, aficiones, aspiraciones.
Acaso alguna tuvo la idea de escribir o quiso ser maestra o enfermera; o, como la tatarabuela olvidada de la anécdota, que con envidia de la buena, le hubiera gustado aprender a manejar el Fordcito del tatarabuelo de los años 30,s, y al igual que él, pasear por la tarde hasta el centro de la ciudad, darle vuelta a la plaza Hidalgo y regresar al pueblo de Robinson; pero en este supuesto, ni siquiera se atrevió a intentarlo por temor a la crítica; como las demás de su tiempo, se limitó al servicio de su casa y crianza de los hijos.
Por ese olvido de siglos y a propósito del 8 de marzo, en que recordamos la lucha de las mujeres obreras, campesinas, y de tantas que buscaron la igualdad de derechos, merece incluirse el esfuerzo de las abuelas, bisabuelas y tatarabuelas, mujeres formadoras de las generaciones presentes.
Para empezar, ya lo dijo Rosa Luxemburgo, el primer acto de resistencia (yo diría, resistencia al olvido) es llamar a las cosas por su nombre: Se llamaba Josefa López.